miércoles, 22 de mayo de 2013

La vida del otro lado o la vida de Pablo Escobar

Las circunstancias han llevado que en estas últimas semanas haya conocido y compartido con personas de muy bajo poder adquisitivo. Vamos, con gente pobre, muy pobre.Yo como miembro de una familia clase alta caraqueña no había tenido la oportunidad real de conocer cómo es la vida del otro lado. La vida de los otros.

Desafortunadamente lo que he podido ver está lleno de clichés. Yo crecí con la sensación de que nada de lo que tenía me lo merecía, porque los otros, la otra mitad del país vivían de la forma en la que lo hacía porque nosotros habíamos truncado su camino. Esto a pesar de la historia de mis abuelos: mi abuelo quedó huérfano a los 7 años y comenzó a trabajar para ayudar a la tía Armanda a mantener a sus cinco hermanas (mi abuelo iba a ser la última y la iban a llamar Caridad) y así trabajó como un burrito de carga hasta poder darle a mi mamá 27 paises del mundo, y a mí, el mundo entero.

Sin embargo, durante todos estos días he visto como son trabajadores, sí, pero también son cuatreros, tienen hijos como conejos que luego no pueden mantener, llegados los viernes es una sola bebedera hasta el domingo, tienen DirecTV que cuesta como 500 bolívares al mes (yo jamás he puesto directv siendo adulto, porque es mucha la carne que compro con la mensualidad), pisos de tierra y televisores plasma marca Samsung y Sony, etc.

He conocido delincuentes quienes confiesan nunca haber tenido un trabajo, porque siempre ha habido algo que robar, a alguien a quien secuestrar o matar (literal), lo que los ha mantenido en un nivel de vida "decente" toda su vida. Jóvenes de veintiún años con la calle marcada en sus rostros, con la sangre de sus víctimas en las manos, y quienes afirman que "el primer muerto es el que duele". La antítesis del médico, por ejemplo, cuya responsabilidad sobre la vida humana es tal que está grabado en la historia no escrita de la medicina que eventualmente por su causa algún paciente morirá. Pero solo uno está permitido, pues ese es la escuela necesaria para que no ocurra de nuevo.

He visto a estos hombres y mujeres llegar a sus casas diariamente con no menos de dos mil bolívares fueres ¡Dos Mil! y a la mañana siguiente solo queda para el pasaje en transporte público, o para la gasolina en el caso de los "pranes" de los barrios caraqueños.

He sentido el poder que con la sangre tiñen las calles; he estado en el guarataro, en el "23", en Catia, en La Bombilla, en Figueroa, y en tantos otros muchos lugares, a todas horas, con mi iPhone o mi tablet en la mano y cuando los malandritos se acercan y ven a la gente que me rodea, cambian de acera. Es decir, en mi presencia llamaron a una persona, le dieron mi descripción y la de mi carro, y hasta los policías dejaron de detenerme en las alcabalas.

Un par de semanas luego de haber salido de ese mundo, me prometí a mí mismo jamás volver a pisarlo. Mientras que en los círculos en los que me siento identificado un error se paga con una disculpa, allí, no abajo sino al lado, porque son nuestros vecinos, un error se paga con la vida. Cualquier acuerdo que se sella, se respeta porque si no:

"... te mato a tu mamá, a tus hermanos, a tus tíos y a tus abuelos. Y si tus abuelos están muertos, los desentierro y los mato de nuevo"


Un querer

Now in Margarita con un par de asuntos sin resolver estoy considerablemente más tranquilo. En teoría mi seguridad no peligra tanto. Sin embargo, hoy, noche de insomnio, me he puesto a pensar en todo lo que he perdido, que sin juzgar el hecho de su ausencia, no puedo evitar darme cuenta que me duele.

Entre todas las cosas que ya no están, hay una persona en particular cuya pérdida lamento en el alma. Es una chica que conocí hace unos siete años cuando estudiaba en la UCV, estaba en la misma clase y la conocí por medio de su anterior pareja:  una chica también. A esta persona la adoré, como quien adora a un hermano, porque en muchos momentos difíciles estuvimos juntos. Para mí hubo tres momentos muy duros en los que me acompañó. El primero fue mi aceptación de la homosexualidad, o mejor dicho, el entender que es posible ser homosexual-mente abierto con el mundo y que ello no necesariamente conlleva a un infierno social, porque el yo con yo, estaba bien.

El segundo momento fue la enfermedad de mi abuela. Una noche la acompañaba en la clínica, y su habitación estaba al lado de la UCI, y a eso de las 2 de la madrugada murió un niño de 5 años; razón más que lógica para que su familia formara un escándalo de gritos de dolor hasta pasadas las 6 de la mañana. Yo, emocionalmente muy inestable porque la situación de mi abuela, (mi madre, sin duda alguna) la llamé y ella habló conmigo durante toda la noche. Al día siguiente estaba llegando en un avión desde Caracas.

El tercero fue, sin duda alguna, la muerte de mi abuela. Cuando me llamaron para darme la noticia estábamos acomodándonos para ver un musical en casa, recuerdo que era un musical pero no recuerdo el nombre. Mariela no dijo una sola palabra; tomó un bolso, metió dos franelas y dos cambios de ropa interior para los dos y salimos rumbo a Maiquetía.

Yo, por mi parte, le brindé a ella el más sincero de los quereres. Le abrí las puertas de mi casa sin pensarlo dos veces cuando ella lo necesitó, le serví de chófer en innumerables ocasiones, intenté enseñarla a manejar (pero coño, es que le cuesta de verdad... me chocó el carro), la acompañé en la enfermedad de su tía (su madre). Cuando murió su mamá me avisó una amiga, muy amiga, que tenemos en común; sin hablar con ella tomé un vuelo a Caracas y fui a tener al pueblo donde vive su familia que es más o menos a una hora de la ciudad capital.

Las circunstancias de la vida, malas decisiones y, sobre todo, la imposibilidad de reconocer responsabilidades propias, de parte y parte, hicieron que nos alejásemos. Van dos meses ya, sin ninguna intención de restablecer comunicación, y me duele su partida.

lunes, 8 de abril de 2013

Inicio del viaje

Parece mentira todo lo que ha sucedido en los últimos 6 meses con mi vida. Se ha convertido en una que no conozco, y honestamente no es que esté demasiado emocionado por vivir. A ver, tampoco es que mi vida ha sido un paraiso terrenal, pero en buena medida ha sido relativamente estable... para lo bueno, y para lo malo.

Desde noviembre de 2012 pasé de invertir todo mi dinero en mi empresa, que se supone sería exitosísima, a que me secuestraran y me quitaran todo lo que tenía, y a los 24 años había conseguido tener lo suficiente como para vivir más que comodamente desde los 19. Había sido una mezcla de hombre inteligente y cierta cantidad de oportunidades. Pues bien, eso se ha acabado.

En 5 días exactamente agarro mis maletas, mi carro, y me devuelvo al sitio de donde tanto quise salir. No, no es la casa de mi mamá, porque viviré on my own, pero sí a una ciudad calurosa, con el mar por los cuatro costados, en donde la gente habla y camina como a 25km menos de lo que lo hacemos en Caracas. Una ciudad en la que los puentes venezolanos se traducen en inmensas colas de carro, de gente y de mocosos everywhere, sin que esto signifique necesariamente un ingreso económico importante para los negocios. Una ciudad en la que la cultura no existe, en donde no hay obras de teatro todos los viernes a las que religiosamente asistía. En fin, me devuelvo a Margarita.

En este punto estoy convencido que me equivoqué de carrera (nunca la he ejercido por un sueldo, siempre ha sido una especie de hobby en el que le salvo la vida a la gente) y la carrera que siempre he soñado estudiar, se ve cada vez más lejos gracias al denigrante e injustificado sistema de ingreso a las universidades venezolanas. Es que no es lo mismo estudiar Medicina a los 18 que a los 25.

Me iré a Margarita esperando conseguir un trabajo que mensualmente me proporcione, por lo menos, cinco mil bolívares para medianamente sobrevivir. Comenzar alguna carrera que, según nuestro políticamente correcto sistema laboral considere atractiva, y la que seguramente odiaré.

Siempre me gustó la locución, y ahora que recuerdo esa es otra cosa que me quitaron los secuestradores. Un pensamiento al aire.

En todo caso, veremos cuanto tiempo conservaré la cordura antes de comvertirme en un ser humano, así en minúsculas, común y corriente.